TAPA DEL DÍA En la Argentina, el cultivo de oleaginosas invernales como la colza, camelina y cártamo registra un crecimiento sostenido, alcanzando ya las 70.000 hectáreas sembradas. Estos cultivos, con fuerte orientación hacia la producción de biocombustibles, aprovechan el intervalo entre temporadas de verano, incorporándose sin afectar la rotación tradicional y maximizando la utilización de suelos que habitualmente permanecen ociosos durante el otoño e invierno. Durante el último congreso de Aapresid, especialistas y referentes del sector destacaron el potencial de estas oleaginosas para contribuir a la producción de aceites certificados con baja huella de carbono, una demanda creciente a nivel mundial para la industria energética. Jorge Bassi, gerente de Marketing de Bunge, explicó que "el desarrollo de colza, camelina y cártamo permite intensificar la agricultura aprovechando el tiempo entre cultivos de verano, logrando mayor productividad y rentabilidad sin competir con los cultivos tradicionales". La incorporación de estos cultivos se realiza mediante convenios en los cuales la empresa provee la semilla y recibe la cosecha, garantizando el seguimiento de la huella de carbono para certificar la sostenibilidad del proceso. Las características climáticas y edáficas determinan la elección del cultivo más adecuado para cada región. En las zonas húmedas del NOA y NEA, la colza se posiciona como una opción óptima, mientras que en áreas más secas, el cártamo gana terreno. Por su parte, la camelina se adapta especialmente bien al ciclo corto que sigue a la cosecha de soja, gracias a su resistencia a las heladas. La investigación y el desarrollo tecnológico acompañan este proceso. Modelos como Cronos permiten planificar con precisión fechas de floración y madurez, optimizando los rendimientos que pueden alcanzar hasta un 40 o 50% del rendimiento de trigo en el mismo lote, según explicó el profesor Daniel Miralles, de la Facultad de Agronomía de la UBA. En paralelo, estudios realizados en Entre Ríos demostraron que la colza no solo aporta rentabilidad, sino que también mejora la estructura física del suelo, aumentando la infiltración de agua y rompiendo capas endurecidas que dificultan la penetración de raíces, lo que beneficia a los cultivos posteriores. La camelina, por su parte, se presenta como un cultivo promisorio para diversificar la rotación. Además de su potencial de rendimiento, es una herramienta valiosa para el control natural de malezas, reduciendo la necesidad de herbicidas y contribuyendo a la sustentabilidad agrícola. Este avance también se refleja en mercados internacionales, con Estados Unidos y Brasil siguiendo tendencias similares, lo que posiciona a Argentina en un lugar estratégico para la producción de biocombustibles con impacto ambiental reducido. Opinión: La incorporación de colza, camelina y cártamo no solo representa una oportunidad económica para productores y empresas del sector energético, sino que también marca un paso hacia una agricultura más sustentable, capaz de responder a las demandas globales de energías limpias y mejor manejo del suelo. Es fundamental que esta transición continúe acompañada por capacitación técnica y políticas públicas que fomenten la innovación y el cuidado ambiental. TAPA DEL DÍA