La ciudad de Mar del Plata amaneció con una imagen que generó indignación entre vecinos y turistas: la estatua de Lionel Messi, ubicada en la esquina de Moreno y Santa Fe, apareció brutalmente vandalizada. La figura, que representa al capitán argentino levantando la Copa del Mundo, quedó con las piernas arrancadas y múltiples golpes, dejando la obra completamente destruida. La escultura había sido instalada en 2018 por un local gastronómico como gesto de apoyo al astro argentino durante tiempos difíciles para la Selección, en pleno Mundial de Rusia. Sin embargo, no es la primera vez que la obra sufre ataques: poco más de un año atrás, el busto había sido decapitado en un hecho similar, lo que vuelve a encender alarmas sobre la seguridad de estos símbolos públicos. Este episodio ocurre en un contexto de marcada tensión entre el Gobierno Nacional y la Asociación del Fútbol Argentino (AFA). La conducción de Claudio “Chiqui” Tapia volvió a quedar en el centro del debate tras los fallos arbitrales en Primera División y el Ascenso, la consagración de Rosario Central y la sanción a Estudiantes por los incidentes en el pasillo con el equipo rosarino. En ese escenario, distintos sectores del Gobierno aprovecharon para profundizar sus críticas hacia la dirigencia del fútbol local, lo que alimentó un clima ya enrarecido.  El ataque a la estatua de Messi no fue el único hecho de vandalismo reciente contra íconos del fútbol argentino. En Rosario, el mural de Ángel Di María en el club El Torito —la institución donde dio sus primeros pasos— también fue dañado. Ocurrió durante la madrugada del viernes 21 de noviembre, cuando desconocidos arrojaron pintura sobre la obra y escribieron mensajes ofensivos, entre ellos la frase “ladrón mercenario”. La reiteración de ataques contra símbolos vinculados a figuras emblemáticas del deporte nacional expone una preocupación que va más allá del fútbol: la dificultad creciente para preservar espacios de reconocimiento colectivo en un país donde la tensión política y social se filtra en todos los ámbitos. Opinión pública razonada: Para muchos vecinos y especialistas consultados, estos hechos reflejan un deterioro del clima social que trasciende la grieta política. La destrucción de símbolos que representan orgullo e identidad es vista como señal de un estado emocional colectivo alterado, donde cualquier manifestación pública puede convertirse en blanco del enojo o la frustración. TAPA DEL DÍA
