El odio como norma: radiografía del lazo social que se desmorona Por Redacción del Diario TAPA DEL DÍA Hace apenas unos días, una escena en un supermercado expuso crudamente el clima social que se vive en Argentina. Una mujer relataba cómo otra persona, desbordada por la espera, descerrajó insultos brutales contra una médica de guardia. “Ñoqui de mierda, zurda, vaga, hija de puta”, enumeró. Faltó poco para que la agresión pasara de lo verbal a lo físico. La frase con la que concluyó el relato fue reveladora: “Se le saltó la cadena”. Pero la cadena que se rompió no fue solo la de un individuo; fue, quizás, la del tejido social entero. La violencia simbólica y discursiva ha dejado de ser un subtexto para convertirse en el modo dominante de interacción. Ya no se debate; se denosta. Ya no se argumenta; se aniquila. Y en esa lógica binaria, propia de regímenes autoritarios, el otro no es un adversario democrático, sino un enemigo existencial. En la Argentina actual —aunque no exclusivamente aquí— lo diferente no se tolera: se ataca. La violencia verbal, cruda y sin filtro, se ha vuelto legítima. Circula por redes sociales, por medios de comunicación, en los discursos públicos y hasta en la intimidad cotidiana. La pulsión de odio, tan antigua como el ser humano mismo, se amplifica en un contexto donde la paranoia social encuentra eco y refugio en un relato político y mediático que divide y simplifica: “nosotros o ellos”. La psicología sabe que el odio tiende a proyectarse. En su forma paranoide, necesita enemigos visibles: sujetos, clases, ideologías. Así, se justifica la agresión, se razona el desprecio y se mantiene vivo el conflicto. Es un odio que no busca resolverse, sino perpetuarse, que se alimenta de sí mismo para seguir existiendo. El enemigo es necesario. Desde TAPA DEL DÍA observamos con inquietud cómo este fenómeno no solo se expande, sino que se naturaliza. En nombre de la libertad, se impone una forma brutal de dominación afectiva y cultural. Y lo más preocupante: muchos, en especial jóvenes, lo aplauden. La historia —y no hace tanto— ya mostró adónde conduce ese entusiasmo ciego. Sigmund Freud, hace más de un siglo, anticipaba que las masas son terreno fértil para los afectos más oscuros. George Orwell, con su “1984”, alertó sobre los peligros de una verdad única impuesta desde el poder. Hoy, ambos parecen más actuales que nunca. No estamos en una dictadura, pero muchas lógicas totalitarias han vuelto disfrazadas de nuevas formas: desde la vigilancia constante hasta la banalización del lenguaje y la anulación del pensamiento crítico. El odio como única emoción autorizada, la polarización como forma de cohesión social, la alienación del pensamiento individual y la pérdida del lazo con el semejante constituyen el núcleo de esta época. Un tiempo en el que el “otro” —ese igual con diferencias— ha dejado de existir, reemplazado por un enemigo funcional a intereses más grandes. ¿Qué cadena se nos soltó? Quizás la más importante: la que nos une como comunidad. Si la subjetividad se construye con otros, la destrucción del otro es, en definitiva, la destrucción de uno mismo. TAPA DEL DÍA invita a reflexionar, en voz alta y con seriedad, antes de que sea demasiado tarde. www.tapadeldia.com – Periodismo serio, cuando