Diario TAPA DE DÍA | www.tapadeldia.com Son las 2 de la madrugada en Villa Ortúzar. Dos jóvenes tambalean frente a la puerta de un boliche, sin poder recordar sus claves ni reconocer sus propios celulares. Afirman estar drogadas, pero no pueden precisar qué consumieron. Tras ser apartadas del ingreso, permanecen por horas recostadas en la vereda, sin recibir ayuda médica. La policía no sabe cómo intervenir y el SAME solo responde ante urgencias. La escena, lejos de ser una excepción, es cada vez más frecuente. La proliferación del consumo de drogas de diseño en la escena electrónica argentina expone una peligrosa combinación: sustancias cada vez más potentes, escasa regulación, controles laxos y un sistema de salud que no logra anticiparse ni dar respuesta. En ese contexto, la pregunta resulta ineludible: ¿quién cuida a los chicos cuando todo falla? LA NACION accedió a testimonios de especialistas en toxicología, psiquiatría y organización de eventos, que coinciden en que la situación está en un punto crítico. Luis Ferrari, miembro del Comité de Expertos en Drogas Emergentes de la ONU, lo resume con contundencia: “Estamos ante una bomba de tiempo. Mañana puede haber otra tragedia como la de Time Warp”. Desde la tragedia ocurrida en 2016 en Costa Salguero, cuando murieron cinco personas, los festivales electrónicos se reconfiguraron. Aparecieron nuevos requisitos: hidratación obligatoria, puestos sanitarios, límites de aforo y cacheos en los accesos. Pero esas medidas no alcanzan. En boliches más chicos o fiestas privadas, muchas veces no hay ni personal médico ni protocolos claros ante una emergencia. “En algunas fiestas, si alguien se descompone, directamente lo sacan a la calle”, describe Verónica Chrabolowsky, psicóloga y coordinadora de la fundación Vuelo Controlado. En otras palabras, se sigue actuando bajo la lógica de los años del alcohol como única sustancia dominante, sin reconocer que hoy el riesgo está en otro lado. El fenómeno del policonsumo –la mezcla de varias sustancias– complica aún más el panorama. Las drogas sintéticas como el éxtasis, el LSD o la ketamina muchas veces están adulteradas, y pueden incluir componentes peligrosos como el fentanilo. Pero ni los consumidores ni, muchas veces, los médicos que atienden los casos logran identificar a tiempo qué fue lo que se ingirió. La psiquiatra Geraldine Peronace, con experiencia en asistencia médica dentro de boliches como Pacha, advierte que hace años se abandonó la idea de consumo “simple”: “Los jóvenes hoy combinan sustancias sin saber sus efectos. Los riesgos de intoxicación o alteraciones psiquiátricas graves son altísimos”. Desde el Estado, se han tomado algunas medidas, como controles a locales bailables o la creación de guías de abordaje de consumos problemáticos. Sin embargo, el monitoreo sigue siendo desigual y las respuestas ante una emergencia en la vía pública, limitadas. Incluso los controles de narcóticos en conductores siguen siendo esporádicos frente a la masividad de los de alcoholemia. En el fondo, el problema no se reduce solo a las fiestas. La droga circula con facilidad, los controles no logran frenarla y el mercado se anticipa con variantes nuevas que esquivan las listas oficiales de sustancias prohibidas. Ferrari lo explica con claridad: “Si una droga no está incluida en la lista, no es ilegal. Y muchas veces, hasta que se la detecta, ya circuló por meses o años”. Mientras tanto, los jóvenes quedan expuestos. Algunos son habitués, otros simplemente buscan experimentar. Lo hacen en espacios donde la lógica comercial muchas veces se impone al cuidado, donde los cacheos son simbólicos y la venta de pastillas, difícil de frenar. “No podemos revisarles las medias”, confiesa un organizador, que asegura trabajar para reducir riesgos pero reconoce que no todos lo hacen con la misma responsabilidad. El sistema, así, deja un vacío. Un “eslabón que falta”, como lo define Chrabolowsky. La persona que aún no está en coma, pero tampoco puede volver sola a su casa, queda en tierra de nadie. Y muchas veces, es otra persona anónima quien asume el rol que debería tener el Estado o los organizadores. TAPA DE DÍA expone esta realidad con la convicción de que visibilizar es el primer paso para actuar. Frente al avance de las drogas sintéticas, no alcanza con reaccionar ante las tragedias. Hay que anticiparse. Hay que cuidar más. Porque en el fondo, no se trata de prohibir fiestas: se trata de no dejar solos a los que van a ellas. TAPA DE DÍA  Opinión pública: Este informe revela una deuda estructural en la protección de jóvenes en entornos de consumo. Más que un problema individual, es una falla colectiva: del Estado, de los organizadores y de una cultura que aún naturaliza el desentendimiento. La noche puede ser un espacio de disfrute. Pero sin cuidado real, puede convertirse en un territorio peligroso. Y eso ya no se puede ignorar. Por  María Nöllmann