Salud Mental

¿Es el suicidio el problema o lo es la desolación? Un viaje al dolor silenciado de nuestras juventudes

En los últimos 30 años, la tasa de suicidios en jóvenes argentinos se ha triplicado. Pero ¿realmente entendemos qué hay detrás de cada caso? Esta nota especial de TAPA DEL DÍA interpela la raíz del sufrimiento juvenil en un país donde la muerte se volvió clandestina y el dolor, un tabú. Reflexionamos sobre lo que no se dice, lo que no se nombra y lo que no se atiende.

  • 02/06/2025 • 23:38

¿Es el suicidio el problema o lo es la desolación? Un viaje al dolor silenciado de nuestras juventudes

Redacción del Diario Tapa Del Día – En la Argentina de hoy, donde los datos alarman pero las políticas escasean, una cifra estremecedora se impone: en las últimas tres décadas, el suicidio entre jóvenes se ha triplicado. Supera incluso la tasa en adultos y adultos mayores. ¿Qué está pasando en nuestra sociedad? ¿Por qué el dolor se convierte en silencio y ese silencio en tragedia?

No es casualidad que en nuestro país aún no exista una ley de eutanasia ni de asistencia a la muerte. Tampoco es casual que la muerte se haya vuelto algo clandestino, algo de lo que no se habla. Así como ocurrió en su momento con el aborto, el tabú frente al dolor y la muerte provoca que muchos busquen respuestas en la oscuridad de internet, en foros que promueven el suicidio, en prácticas de autolesión, o simplemente en la desesperanza.

Las juventudes, tanto adolescentes como no-adolescentes, atraviesan dolores que no siempre se ven ni se entienden. En las escuelas, en los centros de día, en los hogares bajo cuidado del Estado, se repiten escenas donde el sufrimiento se topa con el desconocimiento o el miedo institucional: niños apartados por “autoviolencia”, jóvenes con heridas que generan más debate que escucha, adolescentes postergados por su pasado de violencia.

¿Cómo hemos llegado a este punto? La clave puede estar en cómo la sociedad moderna ha vaciado de sentido a la muerte y al dolor. Como escribió Phillippe Ariès, la medicina se apropió de la muerte, transformándola en un momento temible, aislado y solitario. Y como señaló Foucault, las políticas del “hacer vivir y dejar morir” han profundizado la expropiación de aquello que debería ser parte intrínseca de la vida.

Este extrañamiento ha generado un efecto paradójico: cuanto más se aleja a la muerte de la vida, más presente se vuelve como un fantasma silencioso. Y en el centro de esa paradoja está la desolación, entendida como la privación total de consuelo. No es el suicidio el verdadero enemigo, sino la desesperanza ante el sufrimiento.

La desolación se construye. Se produce cuando la respuesta humana ante el dolor del otro no llega. Cuando no hay condolencia. Cuando un adulto se aleja, una institución posterga, una comunidad calla. Frente al dolor, la indiferencia mata.

En este contexto, TAPA DEL DÍA propone repensar no solo qué hacer ante el suicidio, sino cómo llegamos hasta aquí. Los procesos de subjetivación —ese entramado entre lo histórico, lo político y lo psíquico— son clave para entender por qué tantos jóvenes sienten que no hay lugar para ellos en el mundo.

La adolescencia, en términos psicoanalíticos, no es sólo una etapa biológica. Es un proceso que supone la salida del núcleo familiar para crear nuevos lazos, nuevas identificaciones. Cuando ese proceso no puede darse, cuando el entorno ha fallado gravemente, hablamos de juventudes no-adolescentes: jóvenes que no pudieron confiar, que crecieron con la desconfianza tatuada en la piel.

Por eso, el desafío con los adolescentes es acompañarlos sin soltarlos, incluso cuando nos rechacen. Y con las juventudes no-adolescentes, el desafío es mayor: construir un lugar donde alojarse, donde puedan bajar las defensas sin ser lastimados otra vez.

No existe un “perfil del suicida”, como erróneamente se cree. Pero sí hay una constante: la falta de respuestas frente al dolor. Cada intento de suicidio, cada autolesión, cada exposición al riesgo es un grito por ser visto, por ser escuchado, por ser contenido.

Quizás lo urgente no sea seguir preguntándonos por qué alguien se quiere morir, sino por qué alguien no encuentra ninguna razón para seguir viviendo.

En palabras del sociólogo Émile Durkheim, el suicidio puede ser egoísta, altruista o anómico. Pero hoy, en una sociedad neoliberal y tecnocrática que promueve el aislamiento y la atomización, esas categorías se diluyen. La soledad ya no es una consecuencia, es una política.

Países como Japón y Reino Unido han comprendido esta urgencia y creado Ministerios de la Soledad. Argentina, en cambio, sigue sin asumir que la desolación es un problema estructural que afecta directamente a nuestras juventudes.

Si no podemos hablar del dolor, si seguimos excluyendo la muerte de la vida, si las instituciones no se animan a alojar el sufrimiento, entonces el problema no es el suicidio: es la desolación construida desde el abandono.

Esta nota fue elaborada por la Redacción del Diario TAPA DEL DÍA, con el compromiso de seguir generando espacios para reflexionar con seriedad, profundidad y humanidad sobre los temas que nos atraviesan como sociedad.


Opinión pública razonada: Frente a esta realidad, resulta urgente y necesario que el sistema educativo, sanitario y judicial de la Argentina dejen de girar en torno al miedo o a la burocracia, y comiencen a generar entornos de escucha activa y reparación simbólica. Porque lo que está en juego no es solo una vida, sino el sentido mismo de lo que llamamos comunidad.