Salud Mental

Angustia social y miedo colectivo: Cómo el poder se alimenta del desvalimiento humano

En un mundo marcado por la incertidumbre, los miedos no solo reflejan una condición humana, sino que son promovidos por estructuras de poder que buscan someter al sujeto social. Desde Freud hasta el tecnocapitalismo actual, el miedo se transforma en un instrumento de dominación que paraliza, fragmenta y debilita los vínculos colectivos. Una lectura imprescindible desde TAPA DEL DÍA.

  • 03/06/2025 • 00:05

Angustia social y miedo colectivo: cómo el poder se alimenta del desvalimiento humano

Por Redacción del Diario Tapa Del Día

Vivimos atravesados por una sensación persistente de incertidumbre, angustia y miedo. Esta experiencia se manifiesta no solo en nuestras palabras, sino también en nuestros cuerpos y en las fantasías que construimos para intentar darle sentido a lo que nos ocurre. El miedo, en tanto fenómeno humano universal, está presente en la sexualidad, en el ámbito laboral, en las relaciones familiares y sociales, e incluso en la forma de habitar las ciudades. Pero lo alarmante es que este miedo, en lugar de ser enfrentado, es sistemáticamente utilizado por los sectores de poder para someter a las mayorías.

Los movimientos neofascistas actuales han perfeccionado esta estrategia. A través del discurso del miedo —al inmigrante, al piquetero, al feminismo, a la izquierda, a la inseguridad— logran consolidar una cultura del mal-estar que impide pensar colectivamente. Este uso político del miedo encuentra en la obra de Freud claves fundamentales para su comprensión. Según su segunda teoría de la angustia, existen dos formas esenciales de ella: una realista, frente a un peligro verdadero; y otra neurótica, producto del conflicto interno entre el yo y lo pulsional. Ambas se fundan en la vivencia originaria de desvalimiento del sujeto.

En ese contexto, la castración edípica —leída como una estructura organizadora que permite aceptar la alteridad— se convierte en el punto de partida para comprender la angustia social contemporánea. En palabras de Freud, “la conciencia moral no es un juez insobornable, sino una derivación de la angustia social”. Es decir, la cultura transforma las pulsiones agresivas en represión interna: el superyó castiga al yo por desear lo que la sociedad prohíbe. Así, el miedo deja de ser reacción ante un objeto concreto para convertirse en una expectativa constante e indeterminada.

Desde TAPA DEL DÍA, alertamos sobre esta forma de control simbólico: un dispositivo que promueve una sociedad temerosa, desconfiada y fragmentada. El tecnocapitalismo reproduce miedos reflejados —como los definía Jean Delumeau— que son inoculados por las élites dirigentes. Si antes estos miedos provenían de la Iglesia, hoy son generados por poderes mediáticos, corporativos y políticos que logran subjetivar el malestar como una amenaza externa permanente.

La pérdida del “soporte narcisista” —ese lugar donde se anudan los vínculos simbólicos, imaginarios y libidinales— genera una crisis de sentido. La angustia se convierte en la respuesta ante esa falta. Sin ese sostén, el sujeto busca objetos que encarnen su miedo, y es allí donde el poder encuentra su oportunidad. La fascinación con el líder, la necesidad de certezas absolutas, el odio al otro que no piensa igual, son síntomas de una subjetividad que no soporta la diferencia.

La consecuencia es un juego perverso: el “yo-yo” como modelo relacional. Ya no se reconoce al otro como semejante, sino como amenaza. El lazo social se erosiona. La empatía se desvanece. Y el miedo se convierte en norma. Así se consolida una entropía cultural y ecológica disfrazada de progreso, donde el crecimiento económico y la eficiencia operan como excusas para legitimar desigualdades estructurales.

El desafío es entonces volver a pensar el lazo colectivo. Como decía Spinoza, no nacemos individuos, sino que somos producto de un colectivo que nos constituye. En tiempos donde todo empuja a la fragmentación, recuperar ese origen común puede ser un acto revolucionario. La angustia, bien leída, puede ser un motor de transformación. Pero para eso es necesario sacarla del terreno de la manipulación y devolverle su dimensión humana, vital, política.

Opinión pública: Desde diversos sectores académicos y culturales, crece la preocupación sobre cómo los discursos del miedo están minando las bases de la democracia. Promover una ciudadanía crítica que comprenda los mecanismos del poder simbólico es, hoy más que nunca, una tarea urgente. La información, el análisis serio y el pensamiento complejo son herramientas imprescindibles para no sucumbir a la anestesia del miedo.

Publicación original de TAPA DEL DÍA. Leé más en www.tapadeldia.com.