La comunidad de Barrio Kennedy volvió a amanecer con angustia y bronca. En la madrugada de este miércoles, desconocidos ingresaron por cuarta vez en apenas cinco días al complejo educativo de calle Güiraldes al 2000, donde funcionan el Jardín de Infantes Nº 926 y el Centro Educativo Complementario Nº 801 “Centro Mi Casa”. Ambos espacios, fundamentales para decenas de niños del sector, se encontraron nuevamente con daños, robo de materiales y un escenario que impidió el normal dictado de clases. Según relataron docentes y familias, los intrusos habrían ingresado por la misma zona de pastizales que los vecinos vienen denunciando desde hace meses. Se trata de un terreno sin mantenimiento adecuado que, por su oscuridad y falta de cerramiento, se transformó en un punto crítico para la seguridad de las instituciones. En los ataques previos, ocurridos durante el fin de semana, los delincuentes se llevaron objetos de trabajo diario, rompieron puertas internas, dañaron instalaciones y provocaron un escenario de desolación que los docentes intentaron reparar a contrarreloj. Sin embargo, el esfuerzo no alcanzó: el nuevo episodio dejó a las maestras enfrentando otra vez un lugar destruido y, lo más doloroso, a los chicos sin la posibilidad de asistir a su espacio de aprendizaje. “Hicimos todos los reclamos necesarios. Vinimos el lunes a limpiar y ordenar lo que se podía, pero no es justo volver a encontrarnos así. Necesitamos medidas de seguridad reales”, lamentó una docente que prefirió mantener su nombre en reserva. Los padres, por su parte, expresaron preocupación por la falta de respuesta efectiva tras las denuncias de días anteriores. Aseguran que en cada robo la situación empeora y que el nivel de vulnerabilidad de la zona exige una intervención urgente. El impacto también golpeó al CEC Nº 801, una institución que brinda apoyo pedagógico, emocional y alimentario a muchos niños de la comunidad. La continuidad de su funcionamiento quedó comprometida por los robos recientes, que afectaron materiales esenciales y espacios de uso cotidiano. La reiteración de los hechos, su frecuencia y la sensación de desprotección encendieron nuevamente el reclamo colectivo. Las familias exigen mayor presencia policial, iluminación adecuada en el perímetro y acciones concretas para garantizar la seguridad de un espacio que, por su función social, debería estar especialmente protegido. Hoy, otra vez, los niños no concurren a clases. Y ese es el punto más doloroso para toda la comunidad: la educación quedó en pausa frente a una cadena de hechos que parece no encontrar freno. Las docentes, visiblemente afectadas, describen un sentimiento de impotencia que se repite en cada ingreso forzado, cada puerta rota y cada aula desordenada. Opinión pública: La sucesión de robos a una institución educativa no solo refleja un problema de seguridad, sino también una herida social más profunda. Cuando la escuela es vulnerada, lo que se erosiona es la noción de comunidad y de futuro. En barrios donde la educación es un pilar indispensable, la ausencia de respuestas firmes puede marcar un precedente peligroso: normalizar lo inaceptable. TAPA DEL DÍA — www.tapadeldia.com Con información de Casos Policiales