Ibarreta, Formosa. La topadora avanza como una sentencia. Árbol tras árbol cae en seco, los animales huyen —si es que pueden— y el suelo, reseco, se convierte en desierto. Lo que antes fue un ecosistema biodiverso, hoy se transforma en campos quemados donde ya no hay sombra, ni agua, ni vida. Desde hace semanas, más de 120 hectáreas están siendo arrasadas en el departamento Patiño, en el centro de la provincia. Las imágenes captadas desde un dron muestran cómo el monte se desploma ante la maquinaria. Lo que queda atrás es un paisaje marrón, desolado, donde ya no se escuchan pájaros ni insectos. El silencio es absoluto. Según cifras oficiales, Formosa perdió solo en el último año 36.915 hectáreas de bosque nativo. El principal motor: el negocio agropecuario y la ganadería intensiva. Se desmonta para sembrar soja o pastura. La tierra, sin árboles, se erosiona, pierde capacidad de infiltración de agua y se convierte en una costra salina inutilizable. “Dura un tiempo con pastura, pero después se la abandona. Donde había un bosque muy rico y biodiverso, hoy hay un paisaje geométrico y uniforme”, explicó Noemí Cruz, referente de Greenpeace. La ley de Bosques, sancionada en 2007, clasificó las tierras con un “semáforo” ambiental. Sin embargo, en Formosa, gran parte del territorio fue marcado como “verde”, es decir, autorizada para desmontes. Desde entonces, la pérdida forestal no se detuvo. Además del daño ecológico, el desmonte pone en jaque la vida de miles de pequeños productores, campesinos e indígenas que habitan el monte hace generaciones. Viven de lo que cultivan, crían animales y recolectan frutos. No tienen títulos de propiedad, pero tampoco alternativas. “Vivimos en lucha, con miedo a que nos echen” Teófila Palma, de 59 años, es dirigente del Frente Nacional Campesino. Vive en Pozo del Mortero y su chacra de 150 hectáreas es una trinchera verde frente al avance del agronegocio. “No me dejan legalizar mi tierra. Me dicen que no está a la venta, pero tampoco me la reconocen. Vivo con el miedo de que un empresario la reclame y me expulsen”, denuncia. En su campo, los árboles aún dan sombra, y sus animales pueden resistir el calor. Pero cada año la situación se agrava. “Me olvidé de cómo era la lluvia. Llegamos a tener sensaciones térmicas de 50 grados. Todo esto es consecuencia del desmonte”, afirma con crudeza. Junto a otros campesinos, organizó reuniones para visibilizar la situación. Mariela Soto, madre soltera y trabajadora de la tierra, comparte su angustia: “Yo quiero morir en el monte. Mi choza es mi historia. Pero sin papeles, no sé si algún día vendrán a echarme. Acá las tierras se venden con los productores adentro”. Comunidades indígenas: vivir entre el despojo y la resistencia En otro punto de la provincia, en el paraje Tierra Nueva, la comunidad Pilagá resiste a su manera. El desmonte no solo arrasa con árboles, también rompe vínculos ancestrales con la naturaleza y la cultura. Noolé Palomo, referente de la comunidad, alerta: “El monte es nuestra medicina, nuestra casa, nuestra comida. Cada especie tiene un protector. Cuando se arrasa, no solo se rompe el equilibrio natural, también nuestra identidad”. Mientras el gobernador Gildo Insfrán busca reformar la Constitución provincial, las comunidades temen por el futuro del artículo 79, el único que reconoce sus derechos. Si se toca, perderían aún más herramientas legales para defender su territorio. Formosa, espejo de una tragedia nacional En las últimas dos décadas, Argentina perdió 7 millones de hectáreas de bosques. Lo que equivale a la superficie total de la provincia de Formosa. La desertificación no es una amenaza: ya está ocurriendo. Los suelos mueren, los animales desaparecen y la gente se queda sin lugar donde vivir. “Lo que pasa con el clima es una respuesta de lo que hacen los grandes terratenientes, con sus desmontes”, repite Teófila con la voz quebrada. A pesar del dolor, no pierde la esperanza. “Siempre tengo fe en que mis cabritos nazcan, que mi hijo ame este campo y quiera seguir. Mientras haya monte, vamos a seguir luchando”. TAPA DEL DÍA Una reflexión que incomoda Mientras se debate en Buenos Aires cómo enfrentar el cambio climático, en el norte argentino se arrasa con el monte a pasos acelerados. Las políticas de ordenamiento ambiental existen, pero se aplican según conveniencia. El Estado lo permite, el mercado lo impulsa, y las topadoras no frenan. Tal vez el silencio del monte talado no solo sea natural: también es político. TAPA DEL DÍA