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Traumatismo generalizado: La herida invisible que atraviesa a toda una época

La precarización subjetiva, el auge del biologicismo y la desconexión del cuerpo en los abordajes clínicos configuran una tormenta perfecta. Desde TAPA DEL DÍA, analizamos cómo la historia, el psicoanálisis y la realidad actual se entrelazan para exigir un nuevo paradigma frente al sufrimiento contemporáneo.

  • 05/06/2025 • 12:11

Traumatismo generalizado: la herida invisible que atraviesa a toda una época

Por Redacción de TAPA DEL DÍA

El siglo XXI no dio tregua. Emergimos de una pandemia global, vemos cómo avanza el neofascismo en democracias resquebrajadas y sufrimos los efectos de un capitalismo tardío que ha colonizado incluso nuestras formas de sentir. En ese contexto, el concepto de "traumatismo generalizado" —acuñado por el psicoanalista Enrique Carpintero— ya no es un diagnóstico individual, sino una radiografía colectiva.

La historia ofrece espejos. Hace cien años, luego de la Primera Guerra Mundial y la gripe española, Europa fue tierra fértil para el ascenso del fascismo. Fue también allí cuando Sigmund Freud, en el Congreso de Budapest de 1918, planteó una revolución silenciosa: crear clínicas gratuitas para asistir a las clases populares desde el psicoanálisis. Poco después, Berlín y Viena tuvieron sus ambulatorios, liderados por jóvenes como Otto Fenichel y Wilhelm Reich.

Fueron espacios de atención a trabajadores, estudiantes y desocupados. Hoy, esas experiencias quedaron sepultadas, pero sus enseñanzas siguen latiendo: el sufrimiento no distingue clase social, y los dispositivos terapéuticos deben estar a la altura del contexto.

Actualmente, nos enfrentamos a nuevas formas de desubjetivación: adicciones, suicidios, depresión, trastornos alimenticios, y diagnósticos clínicos cada vez más prematuros. Ejemplo de ello es el aumento de diagnósticos de TEA (trastorno del espectro autista) en niñas y niños, con abordajes que muchas veces responden a una lógica biologicista y despersonalizante, dejando fuera a los vínculos, a los padres, a la subjetividad.

En palabras de Carpintero, “el exceso de realidad impide la simbolización, produciendo síntomas del desvalimiento característicos de nuestra época”. Esta saturación de lo real no se mitiga con más estímulos ni con entrenamientos repetitivos, sino con la creación de espacios soporte.

El psicoanálisis debe asumir ese desafío. El trabajo a distancia, legitimado por la pandemia, es solo una de las tantas modificaciones que requieren una reflexión profunda sobre la técnica. No es lo mismo una consulta virtual que la presencia del cuerpo. En crisis graves, la presencialidad se vuelve insustituible. La pantalla no puede contener la urgencia del sufrimiento.

Pero también el analista está atravesado por este exceso. Jornadas interminables, hiperconexión, reuniones burocráticas, y una precarización subjetiva que cala hondo. ¿Cómo sostener la escucha cuando ya no hay espacios para sostener al que escucha?

Es aquí donde resuena la necesidad de un giro en el psicoanálisis: dejar atrás el paradigma de la represión sexual para pensar la clínica desde la pulsión de muerte, desde el malestar de época. No se trata de "nuevos" dispositivos como novedad de mercado, sino de recrear espacios como aquellos policlínicos del siglo pasado, pero adecuados al presente.

La historia demuestra que es posible. Las Topías —espacios colectivos de pensamiento crítico— son hoy ese soporte necesario. Y mientras el mundo ofrece respuestas de odio, aislamiento y violencia, el psicoanálisis está llamado a ofrecer escucha, sostén y comunidad. Es tiempo de actuar.

TAPA DEL DÍA seguirá investigando y generando espacios de reflexión frente a los desafíos de nuestro tiempo.


Opinión pública

Frente a la creciente medicalización del sufrimiento humano, urge un debate transversal entre profesionales de la salud, educadores, familias y el Estado. Si la única respuesta al dolor es el etiquetado clínico, nos encaminamos hacia una sociedad sin lenguaje para nombrar el malestar. Un país que ignora el padecimiento subjetivo, especialmente de los sectores populares, se vuelve cómplice de su propio derrumbe emocional.